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El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.




Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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Elecciones en EEUU: Obama y McCain eluden el debate sobre Guantánamo y la extralimitación del poder ejecutivo

29 de septiembre de 2008
Andy Worthington

Mientras los expertos han estado ocupados analizando el debate presidencial del viernes, nadie ha hablado de un tema crucial que ha desaparecido por completo de la campaña electoral desde que Barack Obama ganó la nominación demócrata en agosto, a pesar de que es absolutamente central en las quejas sobre el comportamiento de la administración Bush durante los últimos siete años.

La cuestión es el poder ejecutivo sin restricciones, y se ha manifestado, para horror del mundo y consternación de los estadounidenses que se enorgullecen de ser una nación fundada en el Estado de Derecho, en la aprobación de la tortura como política oficial de Estados Unidos, la transformación de la CIA en una organización que ha dirigido un colosal "programa de entregas extraordinarias" y una red de cárceles secretas en todo el mundo, y la detención de miles de prisioneros sin cargos ni juicio en un agujero negro legal entre los Convenios de Ginebra y el sistema judicial estadounidense.

En Guantánamo, Afganistán e Irak, más de 20.000 prisioneros bajo custodia estadounidense no están recluidos ni como prisioneros de guerra, que estarían protegidos de "tratos humillantes y degradantes" e interrogatorios coercitivos por las Convenciones de Ginebra, ni como sospechosos de delitos que serán juzgados en un tribunal estadounidense. Los únicos juicios propuestos por el gobierno -las Comisiones Militares de Guantánamo- están tan manchados por acusaciones de parcialidad a favor de la acusación y la supresión de pruebas exculpatorias que la administración está librando una batalla perdida para establecer su legitimidad, casi siete años después de que fueran creadas por Dick Cheney y David Addington.


En el caso de John McCain, su negativa a debatir las extralimitaciones del ejecutivo es comprensible. Se ha animado a los republicanos a respaldar sin rechistar la retórica belicosa de la "Guerra contra el Terror" y a hacer la vista gorda ante el destrozo de la Constitución y la Carta de Derechos por parte del Gobierno. Olvídense de los derechos de los prisioneros extranjeros; las escuchas telefónicas sin orden judicial y el autoproclamado derecho del Presidente a encarcelar a cualquiera como "combatiente enemigo" -incluso a ciudadanos estadounidenses- se han vendido como medidas vitales para proteger a Estados Unidos, en lugar de como una desnuda toma de poder por parte de un Vicepresidente que cree, por encima de todo, en un poder ejecutivo sin restricciones.

Aunque McCain ha afirmado que quiere cerrar Guantánamo y ha declarado a menudo su oposición al uso de la tortura por parte de las fuerzas estadounidenses, ha cambiado radicalmente de opinión a medida que se acercaban las elecciones. En febrero, aparcó convenientemente su oposición de toda la vida a la tortura votando en contra de un proyecto de ley que prohibía el uso de la tortura por la CIA, y después de que el Corte Supremo dictaminara, en junio, que los presos de Guantánamo tienen derechos constitucionales de habeas corpus, declaró que era "una de las peores decisiones de la historia de este país".


La decepción, por tanto, radica en la falta de voluntad de Barack Obama para abordar de frente los crímenes de la administración. Es de suponer que su equipo ha descubierto que ni la difícil situación de los presos retenidos al margen de la ley ni la toma de poder dictatorial por parte del ejecutivo son de suma importancia para los votantes, pero esto es lamentable por dos razones: en primer lugar, porque Obama claramente conoce y se preocupa por la ley, y en segundo lugar porque es la búsqueda de la administración Bush de un poder ejecutivo sin restricciones lo que ha llevado a casi todos los males que actualmente asolan a Estados Unidos.

En cuanto al respeto de la ley, Obama tiene un historial probado. Ha colaborado con los abogados que representan a los presos de Guantánamo y ha votado sistemáticamente en contra de la mal concebida legislación sobre la "Guerra contra el Terror". El pasado agosto, en un discurso en Washington D.C., tocó todos los temas que actualmente faltan en su campaña:

    En los oscuros pasillos de Abu Ghraib y las celdas de detención de Guantánamo, hemos comprometido nuestros valores más preciados. Lo que podría haber sido una llamada a una generación se ha convertido en una excusa para el poder presidencial sin control. Una tragedia que nos unía se convirtió en una cuña política utilizada para dividirnos.

Y todavía en junio, tras la sentencia del Corte Supremo, declaró que el fallo era "un paso importante para restablecer nuestra credibilidad como nación comprometida con el Estado de Derecho, y rechazar una falsa elección entre la lucha contra el terrorismo y el respeto del habeas corpus".

Esto no es sólo una buena oratoria; también es, creo, esencial para la campaña de Obama por el cambio. Para demostrar lo diferente que es de los republicanos que han llevado al país al borde de la ruina, debería utilizar su oposición a la guerra de Irak como trampolín para un asalto al acaparamiento de poder del ejecutivo, en el que también se incluirían todos los horrores de la "Guerra contra el Terror", esbozados anteriormente. En lugar de jugar con la insensatez de una costosa guerra sin fin, debería centrarse en los orígenes de la guerra, y denunciarla como el gesto supremo de un ejecutivo enloquecido por el poder, que actúa sin freno y con la arrogante presunción de que ha destruido tanto los "pintorescos" principios sobre los que se fundó Estados Unidos, como la separación de poderes que se estableció para impedir la tiranía.


 

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